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El síndrome del oso panda (1)

 
Post #1


El síndrome del oso panda (1)Nota de los autoresMás que un relato, es todo un libro que trata sobre el intercambio de parejas, que iremos publicando poco a poco.Por ello, hay en su interior una numeración de capítulos que no tiene que ver con la otra numeración que, por razones de orden, tendrán las partes publicadas.Esperamos que lo disfrutéis.Vero y Dany - primavera/verano de 2017.El oso panda, como todo el mundo sabe, es un a****l en peligro de extinción. Se ha observado que en cautividad, machos y hembras parecen perder todo interés por aparearse. Pero, ¿es por el hecho de estar encerrados, o porque únicamente existe una pareja con la que copular? ¿Nos sucede igual a los humanos, obligados socialmente a practicar el sexo exclusivamente con una persona, siempre la misma?Libro ILa iniciación1Conversaciones de alcoba (Dany)?¿Qué harías si yo te fuera infiel alguna vez? ?preguntó Vero con voz velada, apretándose aún más contra mi cuerpo.?A él le cortaría el pito, y a ti?Vero cerró mis labios con su dedo índice.?Te lo estoy preguntando en serio.Me incorporé ligeramente, y la miré directamente a los ojos. Por un instante había sospechado? Pero no, nada en su actitud denotaba más que uno de esos caprichos verbales a los que ya estaba acostumbrado, después de cinco años de convivencia. Se tumbó de nuevo boca arriba.?Me sentiría muy mal. ?Me detuve unos segundos, meditando mis siguientes palabras?. Pero te amo demasiado, y salvo que me dijeras que habías dejado de quererme, creo que pesaría más en mí el amor que siento, que el conocimiento de tu aventura.?¿Estás seguro de eso? ?me preguntó con los ojos empañados.?Bastante seguro, ?afirmé, aunque interiormente no lo estaba.«¿A cuento de qué venía aquello?» ?pensé con extrañeza.Las lágrimas se deslizaron incontenibles por el rostro de Vero. Con voz temblorosa, comenzó a hablar.2Carnaval en Venecia (Vero)Me desperté, incorporándome con el corazón golpeando en el interior de mi pecho, y la sangre latiendo en mis sienes de forma casi dolorosa. Mi camisón corto estaba recogido en la cintura, y se pegaba a mi piel sudorosa. Sentía los pezones envarados, enhiestos al máximo de su tamaño, y mi mano derecha empapada en mi flujo aún se movía arriba y abajo sobre mi sexo sensibilizado por mi inconsciente masturbación. Me quité el camisón, y le arrojé al suelo.El orgasmo, como todo lo demás, había sido producto de mis ensoñaciones, aunque sentía la imperiosa necesidad de dar salida a mi excitación con otro, este absolutamente real.Giré ligeramente la cabeza. A mi lado Dany, mi marido, dormía profundamente, dándome la espalda. Me dirigí al cuarto de baño, y dando cara al espejo que había sobre el lavabo, llevé de nuevo la mano a mi vulva empapada, y la deslicé arriba y abajo por ella. Casi sin proponérmelo, mi dedo índice se introdujo en mi vagina, y comenzó a moverse dentro y fuera de ella.Y, ahora sí, hube de apretar los labios para evitar exhalar los gritos que pugnaban por salir de mi boca, provocados por un orgasmo arrollador, este absolutamente real.Al día siguiente, domingo, acompañé a Dany al aeropuerto. La multinacional para la que trabajaba le había inscrito a un curso que se impartía en la sede central de Nueva York. Nos despedimos con un beso ante el arco detector de metales.?¡Pórtate bien! ?le dije con una sonrisa pretendidamente maliciosa.?No te preocupes, que dejaré el pabellón español muy alto ?respondió?. Aún me lanzó un beso con la mano antes de desaparecer camino del control de pasaportes.Se trataba de una broma ya antigua entre los dos, que venía a significar que yo le decía que no me fuera infiel, mientras que con su respuesta él me hacía ver que dejaría sexualmente satisfechas a todas las mujeres con las que tuviera relaciones, que serían muchas.Pero se trataba de una broma.«¿O no?» ?pensé.Sacudí la cabeza. En el estado en que me encontraba aquellos días, mis pensamientos derivaban siempre hacia lo mismo?El martes por la tarde había quedado con Paula en una cafetería. Se trataba de lo que ella llamaba irónicamente ?aquelarre?, una conversación entre amigas, a la que seguiría probablemente un recorrido por un par de boutiques.Llevábamos charlando como una hora, cuando la plática derivó hacia el sexo. Normalmente suelo ser bastante discreta en todo lo relativo a mi intimidad, pero esa tarde? De nuevo lo atribuí después a mi especial sensibilidad, pero el caso es que le conté de pe a pa mis fantasías, sin omitir el estado de excitación en que me encontraba desde hacía días. Paula me miró socarronamente sobre el borde de su taza de café, que dejó sobre la mesita antes de hablar.?Ailuropoda melanoleuca, ?dijo, y se echó a reír.?¿Cómo? ?pregunté extrañada, pensando que hablaba de algún tipo de enfermedad.?Es el nombre científico del oso panda gigante ?explicó?. Porque para mí está muy claro que padeces el síndrome del oso panda. Verás ?continuó inclinándose hacia mí en actitud de confidencia? una de las razones por las que el oso panda está en peligro de extinción, reside en que en cautividad parecen perder todo interés por el sexo.?Pero a mí me sucede lo contrario ?protesté.?Lo he explicado mal, quizá ?replicó?. No se trata tanto de inapetencia en general, sino de falta de deseo en concreto hacia el oso con el que convives. Lo que no quita que te apetecería quizá aparearte con otro macho distinto.Me quedé con la boca abierta, sin saber qué responder.?Imagino que nunca le has sido infiel a Dany ?afirmó más que preguntar.?De ninguna manera, ?respondí muy digna.?No me mires así ?reprochó sonriente?. Al fin y al cabo, casi todas le hemos sido infieles a nuestra pareja en alguna ocasión? o en varias, ¡jajaja!?¿Tú? también? ?pregunté estupefacta.?Pues sí, cariño. Y sé que mi marido me ha correspondido alguna que otra vez. Y (no te enfades) ¿tú crees de veras que Dany observará la más absoluta castidad esta semana en Nueva York??Yo? es? ?tartamudeé.?Verás cielo. Estamos en el siglo XXI, no en el XV, y en Europa, no en un país machista. Todo eso del honor mancillado, los celos, la propiedad sobre el otro miembro de la pareja? Bien, no digo que desafortunadamente haya desaparecido del todo, pero sí es cierto que cada vez más personas miran el asunto desde un punto de vista más pragmático. Al fin y a la postre si tú, hipotéticamente claro, te follas a un varón distinto de tu marido: ¿qué le quitas a él? Y al contrario, ¿por qué habrías de sentirte ultrajada si Dany se coloca entre las piernas de una neoyorquina??Pero, ¿qué clase de matrimonio sería ese, en el que los dos andan acostándose con otras personas diferentes??Pues un matrimonio feliz la mayor parte de las veces ?replicó con convicción.?Hablas por experiencia? ?afirmé, más que preguntar.?Pues sí.?¿Y qué sentirías si SUPIERAS ?recalqué la palabra? más que imaginar, que Toño ha tenido una aventura.Me miró con un ligero aire de suficiencia.?Es que ya te he dicho que LO SÉ, créeme. Y después de pensarlo detenidamente, llegué a la conclusión de que con ello no me causa mal alguno. Mira ?de nuevo se inclinó hacia mí, hablando en voz baja?. No encuentro ningún problema en ello, siempre que, primero, se trate de un encuentro ocasional, que otra cosa sería que tuviera un rollo fijo o, mucho peor aún, que se enamorara de otra, y segundo, que sea lo suficientemente discreto como para no dejarme en evidencia ante los conocidos, no por nada, que probablemente algunos o muchos de ellos también lo hacen, sino porque hay que mantener las convenciones de nuestra hipócrita sociedad. Y te puedo asegurar ?concluyó? que nunca hemos tenido sexo más ardiente, (quitando nuestros primeros encuentros, por supuesto) que después de que él haya echado una canita al aire, o de que yo le haya correspondido con un buen polvo extramatrimonial.Sorbió de su taza, que apartó con un gesto de desagrado, antes de continuar.?En el extremo, cada vez hay más parejas que practican el intercambio. Sí, no te escandalices ?afirmó ante mi gesto de estupor?. Y aquí no se trata de SABER que tu maridito se está follando a otra, sino de VERLO.?Tú? Vosotros? ¿lo habéis hecho? ?tartamudeé.?Pues no, pero la idea me excita enormemente ?replicó?. Y no te quepa la menor duda de que si Toño me lo propone no me opondré, eso si no termino pidiéndoselo yo.Mientras yo la miraba con los ojos como platos, consultó su reloj, y se puso en pie.?¡Uffff! Con la charla, se me ha olvidado que me he comprometido a asistir a la inauguración de una exposición de pintura. ¿Me acompañas? Quizá podrás conocer a algún osezno interesante, ¡jajajaja!Paula parecía conocer a todo el mundo, incluido el autor de la colección de cuadros expuestos, la mayoría de paisajes, un cuarentón no demasiado atractivo pero muy simpático, que nos estuvo explicando su técnica, e ilustrándonos acerca del ?profundo trasfondo onírico? de su pintura. Me desconecté a los quince segundos, y mi vista vagó por el recinto, captando, sin detenerse en ninguna, las imágenes de la gente que había acudido al evento.Media hora después me sorprendí a mí misma charlando por los codos con una pareja de amigos de Paula. Un hombre interesante, de treintaymuchos, calculé. Vestido con un terno que denotaba a las claras que no se trataba de prét-a-porter, sino confeccionado por un sastre caro, no quitaba los ojos de la porción del inicio de mis pechos, que los dos botones desabrochados de mi blusa permitía contemplar. Primeramente me sentí mal por su escrutinio, pero recordé la reciente conversación con mi amiga, sonreí interiormente y de un viaje a los aseos volví con dos más desabrochados, con lo que dejaba ver la mitad de los senos.?¿No me presentáis a vuestra amiga? ?preguntó una voz grave a mi espalda.Me volví a medias, y me quedé pasmada. No, no es la palabra. Fue una sensación de deseo instantáneo, algo que hacía mucho que no experimentaba. Alto, como de un metro noventa, de facciones regulares. Ojos intensamente negros, como sus cabellos lisos no demasiado largos, cejas pobladas, nariz recta, rostro alargado de mentón enérgico y pómulos altos, labios finos. Un rostro que habría sido duro, sin los dos pliegues que subían desde la comisura de sus labios hasta cerca de las aletas de la nariz, y que se profundizaban al sonreír. La tenue sombra de una barba cerrada griseaba su rostro, y de su persona emanaba un discreto aroma a loción cara.Me estremecí sin poder evitarlo, y completé mi escrutinio: en su cuerpo bien proporcionado, cubierto con una chaquetilla de color claro y unos pantalones de tono verdoso, no parecía haber un gramo de grasa superflua. La camisa crema, desabrochada, dejaba ver una porción de su pecho lampiño. Me estaba tendiendo la mano, que tomé medio ida, mientras mis acompañantes hacían las presentaciones. Se llamaba Germán.Ahora mi mano estaba entre las dos suyas, mientras sus ojos estaban clavados en los míos. Se inclinó ligeramente, y depositó un beso liviano en el dorso de la mano que no parecía decidido a soltar. Me estremecí de pies a cabeza, mientras me recorría una especie de calambre que se trasladó, desde el punto del contacto con sus labios, primero a mis pezones, que se endurecieron instantáneamente, y después a mi sexo.?¿Cómo es que no hemos coincidido nunca antes? ?preguntó con su voz grave.?Bueno, no suelo frecuentar demasiado este tipo de actos??¿Una copa? ?preguntó?. Tú eres mujer de champagne ?dictaminó mientras se alejaba en dirección a la mesa en la que servían las bebidas, sin esperar mi respuesta.Tuve una nueva visión de su figura mientras se alejaba. Sus movimientos eran elásticos al andar. Caderas estrechas y muslos fuertes, que resaltaba el pantalón, ceñido sin exageración en esa parte.Sentí una mano sobre mi antebrazo. Saliendo del trance, advertí que la pareja que me acompañaba momentos antes había desaparecido. Me volví en dirección a Paula.?Lo siento, cariño, pero tengo que irme ?se excusó?. He quedado en acompañar a Toño a una cena con clientes. Pero tú no tienes por qué imitarme ?cortó en seco mi previsible ofrecimiento?. Defraudarías a tu ailuropoda melanoleuca.Se alejó de mí riendo, mientras veía acercarse a mi reciente admirador con una copa llena de líquido ambarino en cada mano. Sentí el deseo de huir de allí, pero mis pies estaban como clavados al suelo. Me limité a tomar la copa que me ofrecía, y bebí un pequeño sorbo.?¿Cómo sabías que me gusta el champagne? ?pregunté.?Mmmm, instinto. Con solo un vistazo a una mujer puedo detectar cuál es su bebida preferida. Y la tuya tiene que ser aquella que casa con el color de tu tez ligeramente tostada. Con pequeñas burbujas que imitan la efervescencia de tu sonrisa. Y la copa estrecha, para permitir la visión de tus labios cuando la besan.?¿Y si te hubiera dicho que prefiero un gin-tonic??No te habría creído ?dijo, tras probar el líquido y componer un gesto de ligero desagrado.?A ti no te gusta? ?afirmé.?Este no. Pero tengo dos botellas de Möet
04-27-2021, at 10:59 AM
Alýntý
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